miércoles, 7 de enero de 2009

Promesas frágiles

Vamos por la vida andando caminos, cambiando de senda cuando creemos que la que transitábamos no nos lleva a lo que deseamos.

Es parte de crecer, de ir aprendiendo que es lo que queremos y como lo queremos.

Y está bien, aunque nunca es blanco o negro, siempre hay matices. Todo tiene su grado de importancia.

¿A qué me refiero?

Si el helado no me gustó, lo tiro y busco otro mejor. Costo? Ninguno y sin implicancias en el futuro.

Cambiar el auto, la casa es diferente y los errores en nuestras decisiones puede traer consecuencias económicas pueden ser importantes aunque nada que no podamos corregir con más o menos esfuerzo.

En cambio cuando de cambiar de pareja se trata la cosa es mucho más compleja ya que no se trata de cosas sino de personas y no podemos dejar de sentir como influenciará nuestra decisión en nosotros y el los otros involucrados.

Los otros involucrados son quienes sufrirán las consecuencias más graves de lo decidido ya que no tuvieron oportunidad de emitir opinión. Estas consecuencias pueden ser muy graves y muchas veces irreversibles.

El cambiar de pareja en nuestros inicios amorosos es parte de nuestra búsqueda que no trae más que entender que es lo que estamos buscando. No es así cuando esta necesidad de cambiar se da después de años de convivencia y mucho más cuando hay hijos de por medio.

Cuando se trata de casos con años de convivencia sucede que se apodera de ambos un sentimiento de frustración por el fracaso, la angustia de la soledad, el dolor de no haber podido concretar los sueños que habían tenido cuando estaban juntos.

En general, todo esto se supera cuando llega alguien especial que revive y refunda nuestros sueños o contribuye a crear nuevos. Esto será definitivo en el caso que no se repitan los errores que llevaron a la anterior ruptura y posible de perdurar en el tiempo si fuimos capaces de encontrar las verdaderas respuestas de lo que pasó.

Cuando se trata de casos en los que hay hijos el tema es sumamente difícil ya que nuestra decisión impacta directamente en lo emocional de ellos quienes no comprenden que pasa. Sólo ven que papá y mamá ya no son lo que eran y la imagen de familia se desmorona y el mundo que conocían deja de existir. Sólo hay uno nuevo que no les gusta. No les gusta ser como una maleta que va de una casa a la otra para cumplir con los deseos de “querer y ser queridos” de esos padres.

Y de ellos, ¿Quién se ocupa? ¿Quién los tiene en cuenta?

Muchas veces nadie, y por esto cuando son adolescentes y aún adultos no tienen la imagen de familia les resulta muy difícil poder formar la propia ya que no tuvieron punto de referencia.

Romper con una pareja que creemos no nos satisface nunca será fácil, pero será posible si lo hacemos desde el mirar hacia nosotros, desde el egoísmo, desde la búsqueda de “salvarnos” del otro.

Hacerlo así nos condiciona nuestro futuro y, sobretodo, condiciona el futuro de los hijos de forma muy severa.

¿Por qué? Por qué de igual manera que es imposible que los hijos sean queridos por igual, los hijos quieren a sus padres de manera diferente. No digo a uno más que al otro, digo, di fe ren te.
Esto hace que de una u otra manera ellos traten de unir lo separado y muestren lo que quieren y demuestren su no conformidad con su realidad cuando tienen la edad de hacerlo.

Cuando creemos que se avecina una ruptura, debemos ser serenos y buscar que los corazones hablen. Una pareja no es una competencia, es una sociedad con un bien común, con un objetivo común pero a veces ese objetivo es difuso.

Muchas parejas se terminan porque el stress de la competencia interna es tan insoportable que dejamos de sentir al otro y comenzamos a verlo como un enemigo.

El stress en una pareja suele ser producido por las ganas de superación personal de cada uno de ellos que no son malas hasta tanto esas ganas se hacen por encima de la pareja.

El stress también puede ser por la necesidad casi inconsciente de querer hacer todo bien, porque creemos que el otro nos ama por eso y no por lo que somos realmente.

Por esto, las promesas de amor son frágiles y lo son porque nosotros somos frágiles, nuestros valores son frágiles y perdimos la capacidad de sentir y dejamos todo en manos de nuestra mente.

Pero, nuestra mente es incapaz de sentir y por esto es frecuente recurramos a opiniones de terceros que nos “ayuden” a decidir pensando que al estar fuera del problema pueden tener una visión más clara que la propia de nuestro problema.

Esto sólo profundiza el problema porque un tercero, por más cercano que sea no integra la pareja y desconoce innumerables matices de cada situación que sólo produce opiniones de poco valor y completamente parciales ya que lo hace desde la propia experiencia y no desde la experiencia de la pareja en problemas.

No hay comentarios: