miércoles, 7 de enero de 2009

Después del rompimiento, ¿qué?

No importa quien haya tomado la decisión de terminar la pareja o que haya sido de común acuerdo, lo que importa es lo que nos suele suceder es sentir la frustración de no haber podido ir por más, sentir el fracaso, la angustia de sentirnos invadidos por la soledad y la incertidumbre de que será de nosotros de aquí en adelante.

Hay dos maneras de superar esto:

- llenarnos de actividades buscando que la adrenalina que genera la actividad continua nos de la energía que sentimos hemos perdido no dejando espacio a sentir el nuevo vacío.

- buscar momentos en los que lleguen a nosotros nuevas miradas para encontrar emociones, sentimientos y capacidades olvidadas ubicándolas en el nuevo espacio vacío.

El primero cierra la mirada, produce insatisfacción, aporta experiencias pobres y repetitivas, confunde y nos mete en un ruido que nos impide escuchar la voz de nuestro interior y nos conduce a una actividad casi obsesiva.

Cualquier cosa es mejor a pensar, a sentir, a preguntarnos ¿Qué pasó? ¿Cómo y para que viviremos?

La segunda abre puertas, produce bienestar interior, no hay nada que hacer ni necesario. Es un estado de permanecer en él. Es buscar el ser, es encontrarse, reconocerse y esto genera endorfinas y causan relajación y armonía interna.

Relacionado con esto está el silencio, y no es la “ausencia” de ruido, sino el mover nuestra atención hacia los sonidos que nos hablan desde nuestro interior.

Encontrar estos silencios puede ser lo mejor que podamos hacer para escuchar las respuestas a las preguntas que casi siempre hemos evitado.

Cuando nuestro interior habla nos permite profundizar nuestras raíces emocionales y conectarnos a lo que nos rodea (y con quienes) de una manera más íntima, profunda y verdadera.

Comenzamos a disfrutar todo de una forma muy diferente, más “sentida”, más real y verdadera.

Simplemente el placer llega a través de una mirada, de un gesto, por el tono de la voz, o por tocar al otro. No hay necesidad de embarcarse en cuestiones hiperactivas para demostrar nada (a nosotros ni al otro), no hay que ir ni venir. Sólo hay que permanecer. Estar “presente”, nada menos.

Esto es nuestro tesoro y no lo es porque sea inmutable como una piedra preciosa sino porque el presente es vulnerable y reconocer esto significa pedir que nos cuiden, nos guíen, nos presten atención… que nos apoyen.

Y, mágicamente, encontramos los valores humanos esenciales, la vida, la colaboración, el cuidado, el respeto, el reconocimiento del otro, el amor.

Si nos oponemos a esto decimos, egoísmo, materialismo extremo, acumulación voraz, especulación, codicia.

Hay muchos estilos de vida fundados en estos tipos de valores. Los fundados en los primeros cuando encuentran el silencio se pacifican, los otros se asustan.

Por eso, cuando vamos a la playa o a la montaña o salimos a caminar o a correr y el silencio nos “aturde” recurrimos a los auriculares que tapan nuestros oídos.

Yo pregunto… “Hacer nada”, ¿da placer o martiriza?

La respuesta puede ser la llave para que mejorar como vivimos, como sentimos, como nos relacionamos con los demás.

Porque da miedo hacer nada? Porqué da miedo aburrirnos? Será, tal vez, que sentimos miedo a no encontrar nada dentro nuestro que valga la pena?

Este miedo nos hace llenar nuestra vida de obligaciones sociales, laborales, de gozar, de encontrarnos, de divertirnos, que llenan nuestra vida de ruido y vivimos un engaño autogenerado.

Vivimos una ficción vacía.

En cada uno de nosotros está la responsabilidad de decidir que queremos.

Parecer felices o serlo.

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