Muchas, muchas cosas comienzan con pequeñas cosas, actitudes, situaciones que en sí, no representan nada importante.
Son, por decirlo de alguna manera, insignificantes. Pero por una u otra razón las dejamos ocultas, como en el olvido. Escondidas.
Y estas cosas en algún momento salen a la luz y, con algún comentario ridículo, desviamos la atención y las escondemos nuevamente.
Pero son como un corcho en el agua, siempre saldrá a la superficie y será visible. Tarde o temprano.
Por esto es que sentimos miedo y es como que nos domina y nos obliga a escondernos. Pero miedo a que? Miedo a reconocer fallos? miedo a reconocer que nos equivocamos? Miedo a nosotros mismos?
Y nos quedamos solos… siempre. Nosotros y el miedo.
Pero, ¿que es el miedo a nosotros mismos?
Es el miedo a contradecir todo los que nos dijeron estaba bien. Es miedo a reconocer que sentimos diferente a lo “establecido”.
Es miedo a ser “humano”, y los humanos somos falibles, nos equivocamos una y otra vez… porque estamos aprendiendo. Constantemente.
O vos naciste sabiendo?
La vida nos enseña de a poco y tenemos que aprender a escuchar y escucharnos. Sinceramente.
Nunca supimos ser hermanos, aprendimos a serlo con el tiempo.
Nunca aprendimos a ser hijos hasta que fuimos padres.
Nunca aprendimos a ser esposos hasta que nos divorciamos.
Se dice que quien es inteligente, aprende de sus errores. Y se dice que quien aprende de sus errores puede hacer escuela trabajando en ello con muchas cosas dormidas creciendo, creciendo, creciendo… poniendo de acuerdo intelecto y sentimiento.
Mente y corazón, juntos. De acuerdo.
La mente al servicio del corazón... es el método de aprender, sin lastimar a nadie y sin dejar piedras en el camino ni rencores irresueltos.
Y eso de quedarnos solos no será realidad. No, porque ya nos acompañamos nosotros mismos con un cálido acuerdo interno, y eso nos planta diferentes. Atractivos.
Y no es poco.
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