lunes, 7 de marzo de 2011

Que nos pasa con la Ira?

Si queremos controlar la ira, debemos buscar ayuda para controlar la mente con el corazón.

Hubo una época en la cual me agarraban continuamente ataques de ira. Mi temperamento explotaba por cualquier tontería.

Siempre hacía de todo para no perder la calma, pero ésta me duraba sólo dos o tres días. De repente la ira volvía a presentarse y yo explotaba de furia ante hechos que no tenían significancia alguna.

Luego me arrepentía y me sentía muy mal, casi al borde de las lágrimas. Esto continuó hasta que mi mujer me expulsó de nuestra casa.

Allí fue que comenzó mi verdadera desesperación por perder lo más valioso que tenía y me llevó a tocar fondo. No me dio alternativa y apareció la pregunta… “¿Por qué no dejar de lado mi orgullosa convicción de que, sin ayuda de nadie, puedes con todo? Busca ayuda. Lo imposible puede ser posible.”

¡Lo puse en práctica y funcionó! Intenten hacer esta prueba y verán que funciona. Repitan continuamente ésta convicción con el corazón.

· Evitaré la ocasión. En el momento en que aparecía una situación que podía causarme ira, tomaba otro camino y me alejaba.

· Evitaré la prisa. Es la madre de la ira; y el odio es el padre. Comenzaré a hacer las cosas sin apuro, todo a su tiempo y con tiempo.

· Evitaré el exceso de trabajo, encararé mi trabajo tranquilamente, con amor y buen hacer. Mucho trabajo nos conduce a la ira porque nos acorta los tiempos de relax y nos saca de nuestro eje.

Cuando sentía que la ira llegaba, cerraba mi boca y mantenía mis labios sellados.

Haciendo esto, no damos lugar a que se produzca la discusión.

La mayoría de nuestros problemas se resolverían si sólo mantuviésemos nuestras bocas cerradas. Tratamos de explicar las cosas y, durante el proceso, las complicamos.

Mantener la boca cerrada, simple. De este modo, nos mantenemos en silencio y luego buscamos la charla amable para hablar del tema en cuestión pero desde un lugar diferente.

Una vez que adquirimos este recurso, no desearemos hablar en vano, a menos que haya una gran necesidad de hacerlo.

Mantengan la boca cerrada; y, cuando la abran, hablen suavemente, con amor y delicadeza.

De ésta manera no agregamos otro problema al problema original y podremos resolverlo de una mejor manera.

Esto hace que, sin importar desde donde suceden los acontecimientos, tu vida cambie notablemente y el sufrimiento que nos producía la IRA lo reemplazamos por el placer que nos provoca el buen hacer.

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