lunes, 7 de febrero de 2011

La negación a envejecer

En algún momento entre los 40 y los 50 años, cada uno de nosotros descubrimos que estamos envejeciendo, la vejez nos acecha en el espejo y el cuerpo nos dice que lo que podíamos hacer hace unos años y ahora, no podemos. O peor aún: en la mirada de los otros y como nos tratan los “menores”. Y sabemos que “todo el pesar del tiempo me va a caer encima como un piano”.

Desde otro lugar, sin poesía y sin magia, investigadores científicos precisan y cuantifican el derrumbe con gráficos que dibujan un pozo depresivo en la edad media de la vida.

Generalmente a esa edad tenemos altos niveles de preocupación y, en muchos casos también se acompaña con picos altos el estrés, el enojo y la tristeza.

No se saben los “por qué” de los ánimos que se deprimen en la década de los 40 porque son muchos y dependen de cada uno, pero es posible hacer un análisis.

Las peores emociones se asocian con la vida laboral y en estos años el foco aún está centrado en los logros profesionales. Que pudimos y que no, qué soñábamos alcanzar en nuestros 20 y 30 años, por lo que invertimos cientos de horas perfeccionándonos con un objetivo. O lo que es peor, cuando somos objeto de los cercanos de la frase “con la capacidad y potencial que tienes no entiendo porqué no lo aprovechas”… sin pensar que tal vez somos felices con lo que somos.

También está la casa, desbordante y desbordada por los hijos adolescentes, y los propios padres necesitan ayuda, y la experiencia laboral no siempre valorada por las nuevas generaciones con Ipad, Iphone, Bluetooth, netbook, etc… (muchos etc) que empujan con ímpetu arrollador. Y está el chequeo anual que dispara un nuevo déficit cada año. Y el espejo.

La edad media de la vida no pasa por un tema cronológico sino que es una respuesta sicológica a la realidad del envejecimiento corporal, que elimina la fantasía de la juventud eterna, aunque algunos tratamos de eludir el paso del tiempo recurriendo dietas, ejercicios físicos, al bisturí (entre muchos otros recursos “médicos”) pero olvidando la senilitud de nuestros juicios, emociones y actitudes.

Así, las mujeres buscarán verse “bellas” y los hombres sentirse “viriles” por sostener los que está cayendo y resulta cada vez más difícil sostener.

Esto es lo que “flota” en la superficie de ésta etapa, pero en lo más profundo, detrás de este duelo por la pérdida de un cuerpo o una potencia sexual (que tal vez nunca se tuvieron), lo que aparece es la mismísima muerte.

La vivencia de la propia muerte como desenlace final de la vida opera psíquicamente como una presencia permanente y una amenaza crónica, que nos recuerda en las noticias que uno y otro con unos pocos años más o, incluso, con nuestra misma edad (o menor aún) han muerto y “¡de muerte natural!” y sentimos lo que cada uno debemos enfrentar cuando las canas y las arrugas se anuncian es tramitar el trauma por la propia muerte futura que no está tan lejana como creíamos.

¿Como elaborar anticipadamente un trauma que no sucedió?

Cientos de filósofos de todos los tiempos han tratado de responder y el existencialismo sintetizó poéticamente como “el ser para la muerte”.

A muchos, la realidad nos golpea con una pérdida real (muerte del Compañero/a) o hasta un divorcio que amplifica el proceso de duelo. Esto, sea por muerte o divorcio nos lleva a que tengamos que construir otra vida y resurgir de las cenizas porque quedamos rotos.

Después de esto, aprendemos que después del incendio vuelve a crecer la plantita y, unos años más tarde nos sentiremos cómodamente instalados sobre un nuevo equilibrio y valorando el presente desde un lugar mejor y con un “rango de aplicación” mucho más amplio y generoso con los demás y, principalmente, con uno mismo.

Superar esto significa incorporar el “Hoy sé que todo es ahora. Aprendí a elegir a la gente con quien quiero estar, a hacer cosas que siempre había postergado, a preservarme de la negatividad y a buscarle la vuelta para construir con energía positiva” como ley fundamental.

Una de las cosa más difíciles pero fundacionales es, justamente, desarrollar tolerancia frente a la incertidumbre de vivir. Si logramos cruzar esta frontera la curva depresiva empieza a ceder y los cincuenta se miran con una perspectiva existencial más sabia y optimista

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